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Homenaje a Pappo

Norberto "Pappo" Napolitano vivió sin vueltas. Amó las motocicletas, su familia y el rock. Era un emblema del barrio de La Paternal. Fue bendecido por B. B. King, tocó en Nueva York y ya era leyenda, además de un gran guitarrista.

Parecía feliz en su casa de Artigas y Camarones rodeado de su hermana, de su perro Cactus y de un par de amigotes de esos que no piden permiso para abrir la heladera. A pesar de haber superado cómodo los 50 y de luchar contra un abdomen de veterano más o menos patovica, Norberto Napolitano parecía una adolescente perpetuo. Y como un adolescente era capaz de llevar a cabo una filosofía que manifestaba torpe y carismáticamente a través de frases como ésta: "En mi cabeza tengo cuatro botoncitos. El botón de no escuchar, el de callarse la boca, el de desaparecer y el botón de ataque. Con eso resuelvo todas las situaciones".

PAPPO   

Ese era Pappo. El que hace mil años, a fines de los '60, huyó de los primeros Los Abuelos de la Nada porque consideraba a Miguel Abuelo "un hippie como el Che Guevara"; el que le puso rock al beat de Los Gatos; el que entró en los 70 endemoniado por obra y gracia de Jimi Hendrix, el Eric Clapton de Cream, Muddy Waters y Albert Lee; el que fundó sin proponérselo una mitología a través de una personalidad monolítica y sin mayores matices: lo suyo era el rock and roll y el blues, la casa familiar de La Paternal, el taller mecánico de su padre, la Harley Davidson y el Chevrolet, la mujeres fáciles y rubias.

No mucho más. Tenía, sí, algunas búsquedas existenciales que se evaporaron pronto. Fueron las que plasmó en Pappo's Blues, seguramente su banda más trascendente y por la que pasaron en diferentes momentos músicos como David Lebón, Black Amaya, Pomo, Machi y Alejandro Medina.

Pappo' Blues podía tratar el paso del tiempo (El viejo), la alienación ciudadana (El hombre suburbano), las apariencias en contraposición con lo esencial (Sucio y desprolijo), la pequeña alegría del obrero (Trabajando en el ferrocarril), la poesía de arrabal (El sur de la ciudad), el amor (Desconfío de la vida, con esos versos ahora aún más tristes: ... Pero aquí estoy, tan solo en la vida, que mejor me voy), el surrealismo alucinógeno (Sandwiches de miga) y hasta cierto mensaje político en Adónde está la libertad.

De todos modos, defecto o virtud, Pappo atravesó los conflictivos '70 con una actitud prácticamente despolitizada. No se prendió en ningún movimiento y mucho menos sucumbió a tentaciones de moda como la protesta. Con las anteojeras que suelen otorgar el blues y el rock ortodoxos, Pappo podría haber dicho a la manera de Osvaldo Soriano: "A mí nunca me interesó la política: siempre fui nacionalista".

La patria, la vieja, los amigos, las mujeres, los fierros... La identificación de los pibes de barrio en tiempos en que el rock no era mediático fue instantánea. Los graffiti que decían simplemente Dale Pappo sugerían una extraña actitud de resistencia o, al menos, una subterránea grey. Pappo era uno más, un grasa; faltaba para que se consagrara en el jet set vernáculo como actor haciendo prácticamente de sí mismo (Carola Casini, 1997); faltaba para la gloriosa actuación en el Madison Square Garden de la mano de B. B. King. Lo que queda claro es que nunca hubo mucha distancia entre aquel guitarrista medio marginado del rock "inteligente" que encarnaban entonces Charly García y Spinetta y el Pappo farandulero de fin de milenio. El personaje es el mismo, y la frontera entre el personaje y el tipo que atiende a la prensa en su casa mientras se corta las uñas de los pies es borrosa, quizás ilusoria.

PAPPO Y B B KING

Durante y luego de Pappo' s Blues y salteando el fugaz Aeroblus (1978), Norberto Napolitano anduvo girando por Europa y los Estados Unidos. Se tejen mil historias de esos viajes misteriosos. Que se casó en secreto, que buscaba información musical, que trabajó de tabernero... Lo concreto es que se conectó con gente del rock y blues de Estados Unidos e Inglaterra y que tocó con músicos como Peter Green y Lemmy Kilmister. Cuando regresó había un nuevo aire en el rock nacional. Eran los '80, se caía la dictadura y la música era "con mensaje" o "bailable". Pappo se volvió a correr: no fue ni lo uno ni lo otro. Apareció con el pelo más corto, con apretadas camperas de cuero y botas, cadenas como fetiches, cara de malo y una banda nueva: Riff.

Riff tuvo varias formaciones: la más importante fue la de Michel Peyronel, Boff y Vitico; hubo otra que incluyó a J.A.F. y Oscar Moro. A contrapelo de todo y con un fuerte contenido paródico, Riff convocó a los viejos fans de Pappo's Blues más una nueva generación y se convirtió en la banda más importantes del heavy metal argentino. Riff resultaba incómodo a la prensa, que veía en el rock post Malvinas la encarnación de quién sabe qué esperanza. Pappo se reía, nihilista. "Yo siempre fui el mismo. A mí no me interesa nada. A mí me gusta Carlos Pairetti". La demonización del guitarrista también incluía lo musical. Eran tiempos en que se hablaba de "rock cuadrado". "Yo no sé qué quieren —decía en 1986— Llevo muchos años tocando y nunca defraudé. En toda mi carrera debo haber tenido tres conciertos malos. He visto delante de mis narices pasar cosas como el jazz rock, el rock sinfónico... Yo siempre seguí con lo que me gusta. Nunca se me ocurrió otra cosa: todo el mundo lo sabe, me gusta el rock fuerte. El público se cabrea cuando cambiás de camiseta"

Algunos episodios de violencia en sus conciertos fueron desdibujando la imagen de Riff. Pappo trató infructuosamente el camino solista; finalmente se radicó en Los Angeles donde formó una nueva banda a la que bautizó The Widow Maker.

Faltaba poco para la resurreción Ocurrió en 1992, con el disco Blues local. Allí se conjugaron buenas canciones como Longchamps boogie, el rescate de un viejo tema de Manal (Una casa con diez pinos) y el notable éxito de Mi vieja, que fue escrito por Sebastián Borensztein especialmente para el programa de Tato Bores y que no hizo otra cosa que potenciar el perfil familiero y costumbrista del guitarrista. Los periodistas hacían fila para entrevistar a la madre de Pappo. En la casa de los Napolitano nadie entendía nada.

Fue por entonces, momento en que el blues explotó en Buenos Aires y B. B. King venía a Buenos Aires como quien sale a hacer mandados, que Pappo se conectó con el legendario guitarrista negro. Lo conoció a su estilo: "Fui hasta su hotel con un queso y una botella de vino. Al final llegué a estar frente a él. B.B. King estaba con una bata violeta. Nos caímos bien de entrada. A partir de entonces, siempre me llamó Mr. Cheese.".

Después fue el primer concierto del Madison, en Nueva York, quizá el gran hito en la carrera de Pappo. "¿Sabés lo que hizo el B. B.? Me agradeció. Me dijo que la función del telonero es calentar el ambiente, y que yo lo había logrado con creces. Me presentó como uno de los mejores guitarristas del mundo. Una locura. Estaba convencido que yo era un negro pintado de blanco....".

Blanco de discordias, Pappo tenía una añeja enemistad con Luis Alberto Spinetta y con Charly García. Respecto de Spinetta, la leyenda cuenta que en los tiempos de Pescado Rabioso, cuando el Flaco lo admiraba sin disimulo, le regaló su guitarra preferida y que Pappo la vendió al instante; con Charly era una cuestión, según el Carpo, "de piel".

Dueño de una vida privada dentro de todo bastante reservada, de pronto apareció su hijo Luciano: un calco. "Lo conocí cuando él tenía 11 años. Le dije: ¿qué hacés? Yo soy tu papá El pibe es una bestia. Toca la guitarra mejor que yo. No sé cómo aprendió a tocar tan rápido. ¿Serán los genes?". Verlos juntos significaba, sí, estar ante un prodigio genético: la misma voz de trueno, el mismo estilo socarrón.

Más allá de todo, el paso de los años volvió al Carpo casi en un ininmputable: de la picaresca de decirle a un DJ "buscate un trabajo honesto, pibe" a partirle la nariz a Lucas Marti, del grupo A Tirador Laser, hecho que le valió un proceso judicial. Ese también fue Pappo.

Dueño de una aristocracia rea que seducía a hombres y mujeres, áspero y tierno al mismo tiempo, Pappo recibió una buena cantidad de homenajes en vida. Entre ellos, el álbum doble titulado Pappo & amigos en el que buena parte del rock nacional le rindió tributo: La Renga, Almafuerte, Los Piojos, Botafogo, Andrés Calamaro, Divididos, Vicentico, Juanse, Adrián Otero y otros.

Al final se lo veía contento con su disco Buscando un amor, un álbum con producción de su amigo Jorge "Corcho" Rodríguez y vientos arreglados por Javier Malosetti con el que aspiraba recuperar cierto tiempo perdido. Se quejaba de que en la Argentina no lo reconocían lo suficiente y siempre amagaba con irse a tocar a los Estados Unidos. Estaba algo cansado de la paradoja de ser una leyenda pero no tener demasiado trabajo. "Igual es importante que me quieran. Mis fans son pocos pero de hierro. A algunos los invito a mi casa, a tomar la leche. Me miran, me tocan, se quedan quietos y no dicen nada. Son increíbles", decía.

Criticaba crudamente al rock latino, a la cumbia y a todo lo que él no consideraba "rocanrol". Decía, juraba, que había dejado de tomar hace tiempo y que lo que más placer le daba eran "los fierros". Como buen rocker de los años 70, no le gustaba el fútbol.

Una madrugada de verano, el pavimento húmedo, la moto, la Ruta 5, su hijo, el oeste, el cielo raro y tormentoso.... La muerte de Pappo puede pensarse como una torpeza pero también como una muerte en su ley. Sea como sea, provoca una desolación intolerable
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Fuente: clarin.com

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