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Romina Tejerina "Cuando escuché la sentencia dije: vuelvo y me mato”

Todavía shockeada por la condena a 14 años de prisión, dijo que se siente víctima del violador y que jamás planificó el crimen de su hija. Pasó medicada la primera noche y pidió comida a su familia.

Raspa palma contra palma con el gesto de quien no sabe dónde ponerse. "Mirá lo que me hago de los nervios", dice mientras con la uña del dedo gordo, la única que aún conserva restos de un esmalte nacarado, se levanta un pellejito de costado y tira hasta que la cutícula se tiñe de sangre. Lo hace con uno, con dos dedos. "No me duele", asegura.

Poco más de veinticuatro horas después de haber sido condenada a 14 años de prisión, Romina Tejerina está sentada al aire libre, junto al alambrado de púa que bordea el jardín de la Unidad 3 del Servicio Penitenciario de Jujuy, un descampado que aquí le dicen La Granja y que Romina juraba, en tiempos en que su vida aún no era un tormento, que era un camping.

La Sala II de la Cámara Penal de Jujuy le dio esa pena, más de la mitad de los años que la chica lleva vividos —cumplirá los 22 el 24 de junio—, por haber matado a puñaladas a la recién nacida que confesó haber tenido después de una violación.

Es tarde de sábado y espera visitas. Sombra celeste en los párpados, rimel y brillo. Polera al tono con la sombra, jean elastizado y zapatillas. Una cruz que le trajo desde El Salvador una militante por los derechos de la mujer, un anillo que le acercó otra y una cinta roja anudada a la muñeca derecha. "Me la puse cuando entré", dice. El 23 de junio Romina Tejerina cumplirá dos años y cuatro meses presa.

Debajo de las tolderías que se montan con plásticos y géneros sucios frente a las celdas, el medio centenar de internas que, como Romina, cumplen penas aquí, recibe a los de afuera. Aquí charló en forma exclusiva con Clarín.

"¿Vieron lo de ayer (el dictado de sentencia del viernes)?", es lo primero que pregunta ella. "Yo no pensé que me iban a dar tanto..."

La fiscal Liliana Fernández de Montiel había solicitado la prisión perpetua por el delito de homicidio agravado por el vínculo. La defensa pedía la absolución por inimputabilidad: sostenía que Romina había actuado bajo los efectos de un brote psicótico que la hizo ver en la cara del bebé no deseado el rostro del hombre que abusó de ella.

El fallo, cuyos fundamentos se conocerán recién el miércoles 22 de junio, se basó en "circunstancias extraordinarias de atenuación", dijeron los jueces.

Con el diario del primer día del juicio doblado en un cuaderno, Romina Tejerina cuenta que durmió. Que después de escuchar sus sentencia, la trajeron esposa da, que no quiso comer nada, que le dieron tranquilizantes —"aunque no me gusta que me mediquen"— y que durmió desde las ocho y pico de la noche del viernes hasta las nueve de la mañana de ayer. Según ella, había orden de no despertarla.

—¿Qué pasó por tu cabeza cuando escuchaste la sentencia?

—Lo primero que dije fue: "Vuelvo a la unidad y me hago algo, me mato". Pero después pensé en mi mamá y en mi papá. No les puedo hacer eso. Y si ellos son fuertes, yo también tengo que serlo. La verdad es que no sé de dónde saco las fuerzas.

Llegan Elvira Baños, su mamá, Erica —su hermana—, una tía y una prima. Es la primera vez que se ven desde la sentencia, ya que el viernes el tribunal prohibió el ingreso de los familiares por los gritos e insultos que brotaban en la sala. "Hola, mami, estoy bien", le dice Romina a Elvira en un abrazo largo mientras su madre la aprieta contra sí con una mano. Con la otra sostiene una bolsa de plástico blanca en la que trae pizzas y empanadas caseras. Romina no come ni toma nada del penal. "Sólo el agua para hacerme el té", dice la chica.

"Tengo hambre, andá a comprar galletas dulces", le pide a su hermana que saldrá disparada a cumplir el deseo. Las Tejerina repasan las imágenes que los noticieros repitieron en cadena. "Hay una tele en el comedor pero no quise ver nada", cuenta ella.

El 23 de febrero de 2003, Romina Tejerina supo que nada de lo que había intentado hacer para evitar el embarazo jamás soñado había dado resultado. Venía de meses de esconder la panza, aunque nadie había notado que sus 48 kilos de siempre se habían convertido en 53. Estaba agobiada y pensaba en cualquier cosa menos en las dos materias —Matemáticas y Física de cuarto año— que se había llevado previas.

Ese día de verano, en el baño de la casa que compartía con sus hermanas en San Pedro —una localidad ubicado a unos 70 kilómetros de la ciudad de Jujuy—, pujó en soledad, sobre el inodoro, una nena. La puso en una caja de zapatos, la tapó y hundió un cuchillo más de una vez sobre la tapa. Una de sus hermanas las encontró y las llevó al hospital. La beba murió a los dos días.

Romina Tejerina pasó un mes detenida antes de abrir la boca: dijo que el primero de agosto de 2002, durante los festejos de la fiesta de la Pachamama, el vecino que compartía la medianera con sus padres la metió a la fuerza en un auto rojo y la violó. Ella iba a buscar a su hermana a un baile.

Romina jura que no dijo nada porque tuvo "miedo y vergüenza". El hombre, dos décadas mayor que ella, estuvo preso 23 días y luego fue liberado por falta de pruebas. Aseguró que Romina y él estuvieron juntos, pero no a la fuerza.

—¿Por qué creés que te pasó todo lo que te pasó?

—No sé, pero creo que Dios me puso acá porque afuera me podrían haber pasado cosas peores.

—¿Sos responsable de algo o en realidad sólo te sentís una víctima?

—Soy una víctima del violador. Porque todo el tiempo me preguntaron si iba a bailar, si usaba pollera corta y esas cosas como si eso fuera malo. Mirá, al poco tiempo que llegué, me pusieron en una celda con cuatro madres para ponerme a prueba. Eran madres con chicos chiquitos y yo estuve bien. No hice nada. Después dijeron que no me gustan los chicos y hasta que le pegué al nene de una que está acá. Pero nada que ver. A mí me gustan los chicos.

—¿Cómo te explicás lo que hiciste aquel 23 de febrero?

—Lo que hice, lo hice porque no podía dejar de pensar en el violador. Si yo hubiera quedado embarazada de alguien a quien yo quería, no lo hubiera hecho.

—¿Habías pensado en hacer algo así durante el embarazo?

—Nunca. Se dijo que lo había premeditado pero no es así. Fue una reacción que jamás pensé.

—Tus abogados te aconsejaron no hablar durante el juicio. ¿No te hubiera gustado decir algo?

—-El día anterior pensé que iba a decir lo que dijo mi hermana Mirta, que ahora ellos son responsables de lo que me pase acá. Pero al final no lo dije.

Por momentos, pareciera que Romina cuenta algo que no le pasó a ella sino a otra persona. Va y viene en el tiempo. Recuerda que de chica la retaban porque le gustaba jugar a la pelota y que, de más grande, se juró que iba a ser policía. "Ahora no creo que pueda", agrega.

—¿Con qué soñás?

—Con salir de acá y estar con mi familia.

—¿Pensás que algún día vas a tener la tuya?

—Ahora no puedo pensar en nada de eso.

A Romina le preocupa qué suerte correrá durante los muchos días de encierro que le quedan. "Porque como no tenía condena, no me molestaban pero ahora es como empezar de nuevo", dice. Y para hacer buena letra, ya se postuló para limpiar el comedor y la salita de traslados.

Elvira, su mamá, es puro desconsuelo. "Seguro que el violador está festejando —se queja—. Mire, dijeron tantas cosas feas. Hasta que estaban de novios y él se quedaba a dormir en la casa de ella. Es malo eso, con lo que ella soñaba tener su cena blanca". En esto pagos, la "cena blanca" es la ceremonia más esperada por los egresados del secundario: cuando terminan las clases hay una misa y el pueblo acompaña a las chicas que se visten de largo y asisten a una fiesta acompañadas por su galán de turno.

"Yo ya sabía qué vestido quería —cuenta Romina—. Yo siempre quise ser algo especial. Le había dicho a mi mamá que tenía que ser uno todo de plumas blancas. Como soy delgadita y no tengo panza, me iba a quedar bien. Pero después quedé embarazada y se acabó. No sé, ahora se me pudrió todo".

Del lado de afuera de la Unidad 3 hay fútbol, mate y factura, que Romina puede ver en cuadriculado, por las rejas, a la distancia. Del lado de adentro, no es fácil hallar distracciones. La chica se divierte, de vez en cuando, con algún llamado de los chicos de la Unidad 1, que está en frente y es un penal de varones. "A veces me llaman por teléfono para ver cómo estoy o me saludan cuando salen a cortar el pasto, pero las celadoras no nos dejan saludarlos", dice ella. Se rumorea en el penal que un guardia le arrastra el ala. Dicen que le jura que la va a esperar hasta que ella cumpla su condena

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Fuente: clarin.com

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