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Boca le dio a River una paliza inolvidable

Sebastián Battaglia, en el primer tiempo, y el brasileño Iarley, la gran figura, en el complemento, marcaron los goles. Boca fue muy superior y aumentó la paternidad.

Ganó Boca, pudo golear Boca. Debió golear a un rival indefenso. Una vez más el misterio del fútbol desairó pronósticos, cálculos y amenazas. Una vez más produjo el milagro de consagrar en un clásico mayor a un protagonista impensado. O a dos. Desde hace semanas los jugadores de River venían prometiendo la reivindicación de una temporada negra en este partido contra Boca. Y su gente les creía, más allá de fantasmas y paternidades. El efecto se agrandó con la disminución del rendimiento del equipo de Carlos Bianchi en las últimas fechas. Y la salida de Carlos Tevez, la estrella máxima, complicó aún más las expectativas. Porque visto lo visto Tevez era la mitad de Boca. River no brillaba. Ni en el torneo local ni en la Copa Sudamericana. Pero se presumía que lo había entonado la clasificación ante Libertad. Podía temerse por el desgaste de ese partido. Se esperaba, sin embargo, el gran envión anímico que significaba la chance de frenar al eterno rival.

Se dijo en los últimos días que Bianchi lo había reprendido a Luis Perea por su responsabilidad en el gol de Newell's, diez días atrás. Y que por eso lo había excluido. Se dijo, también, que el colombiano le había manifestado que no se sentía cómodo en la posición de lateral derecho. Entonces ante la lesión de Calvo se pensó en Barbosa. El caso de Iarley había llegado hasta el murmullo y el silbido de la propia gente de Boca. No termina una jugada... Anda siempre por el suelo. Eran las voces de la realidad.

Pero no funcionaron las sospechas. Nada se cumplió. Entonces, River no sólo no consiguió su reivindicación sino que hasta recibió la humillación de su propia gente cuando el partido todavía estaba cero a cero y el gol de Boca flotaba (eso de pongan huevos se parecía a un mensaje de indignación). Porque era superado en todos los aspectos. En lo técnico, en lo táctico, en el despliegue físico y en la convicción para jugar. Después del gol de Battaglia —saltó limpiamente detrás de Ferreyra y delante de Tuzzio para conectar con preciso cabezazo el tiro libre de Donnet— la diferencia también estuvo en el marcador. Porque a partir de los 20 minutos el partido ya era enteramente de Boca. De un Boca seguro, con el oficio recuperado, dispuesto a disimular la ausencia de Tevez, que había tomado el reto de las promesas de su adversario como incentivo propio y que se apoyaba en varios pilares, pero —especialmente— en dos insospechados: el brasileño Iarley, en su actuación cumbre, hábil para la pisada y para la gambeta brasileña, la del engaño en el giro, y certero para habilitar a sus compañeros, sin caerse nunca (mejor acompañado por Colautti que por Barijho, lesionado en el comienzo y reemplazado a los 16) y el colombiano Perea, impasable por su lateral para quien quisiera acercarse, rápido para anticipar, elegante para salir. Como si se tratara del cuento al revés: el criticado (Iarley) y el reprendido (Perea), las grandes estrellas.

Es difícil recordar una desigualdad global tan notoria en un clásico. Es cierto, en la primera etapa del último choque, en el Clausura, River había sido netamente superior, hasta con lujos. Pero luego (se había ido expulsado Demichelis) Boca equilibró a fuerza de temperamento y el Mellizo Guillermo selló el empate con dos goles. Pero aquí no hubo reacción de River en ningún momento. Podía pensarse que tras el beneficio de terminar la primera etapa con un solo gol en contra —gracias al soberbio desempeño de Costanzo— el consuelo se transformara en recuperación. Pero falló también el viejo axioma futbolero, los goles que se pierden en el arco rival terminan pagándose en el propio. Porque los cambios de River (Lucho González y Montenegro por los descoloridos Coudet y Mascherano) se parecieron a un maquillaje circunstancial. Todo siguió igual. Y para redondear, Iarley le puso el broche a su gran actuación con un golazo. Le robó la pelota a Rojas en un lateral, la trajo en diagonal, con bicicleta incluida, enganchó ante Ameli que lo enfrentaba y Rojas que lo seguía y sacó un zurdazo seco al primer primer palo de Costanzo.

Tanta fue la diferencia que parece inútil analizar los perfiles del desarrollo. Boca anticipó en todos lados. Clemente pareció una topadora por la izquierda, Cascini, un león en el medio. Y todos los demás, unidos en la misma convicción ganadora. Enfrente hubo un equipo vacío. Vacío de juego y vacío de ánimo. Crudo ejemplo de un desconcierto que va a dejar consecuencias.

Boca está en marcha, otra vez. Tenía que dar una prueba y la dio:
también puede sin Tevez.


 

 

 

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