Durante una visita a Tel Aviv en octubre de 2024, me encontré realizando una extraña acción: enterré un libro en la arena, lejos de la orilla del Mediterráneo. Había terminado de leer La sonrisa de Maquiavelo de Maurizio Viroli y, mientras lidiaba con el espacio en mi maleta, decidí que un mero recuerdo no merecía ser cargado.

Un Encuentro en el Aire

En el vuelo, conocí a un argentino que se presentó como arqueólogo. Mientras conversábamos sobre literatura y hallazgos, mencioné que muchas de mis lecturas se estaban convirtiendo en relecturas. Compartí que he leído a Maugham múltiples veces, despertando su interés.

El Pasado como Vocación

– Para mí, el pasado es una obligación -dijo el arqueólogo, algo que resonó en mí. Él se dedicaba a desenterrar secretos, algo que yo había experimentado de una manera simbólica al enterrar mi libro. Al compartirle mi acción, su entusiasmo fue inmediato.

Un Viaje en Búsqueda de un Objeto Perdido

– Estoy en busca de una copa sumeria -me reveló-. No quiero que se me escape.

Nuestras conversaciones transitaron por historias de amor mientras el tiempo pasaba. Me narró su dilema: dos amores, uno celoso y otro apasionante, lo mantenían en un lío emocional. A pesar de mi falta de experiencia en relaciones, su situación se volvió fascinante.

Una Revelación en la Playa

Al aterrizar, nuestras vidas se separaron, pero mi aventura continuó en Jerusalem y luego en la vibrante Tel Aviv. El mar murmuraba secretos mientras intentaba desenterrar mi libro en la playa, sin éxito. Las estrellas brillaban con un misterio palpable, como si tuvieran algo que contar.

Conexiones Inesperadas

Al día siguiente, al caminar por la rambla, vi al arqueólogo en un bar, una coincidencia que parecía un guiño del destino. Entre su bebida y otra persona, reconocí mi ejemplar de La sonrisa de Maquiavelo en la mesa. Me acerqué, aunque la situación era tensa.

Un Diálogo Sorprendente

Discutimos sobre la naturaleza de los nombres y cómo estos influyen en la historia. Hablamos de amor, desamor y las intrigas que todos enfrentamos. Augusto me confesó que había creado una historia sobre una mujer llamada Lucrecia para manejar sus conflictos amorosos, un ardid que desafió toda lógica.

Un Círculo Cerrado

Al final, comprendí que las historias, sean reales o inventadas, tienen una forma de conectarnos a todos. A pesar de las circunstancias, la realidad y la ficción se entrelazan de manera impresionante, creando lazos inesperados.

Mientras me alejaba, recordé que las mejores historias a menudo surgen de lo cotidiano, y a veces, la magia reside en los encuentros fortuitos que nos devuelven a ese lugar donde todo comenzó.