Por Luis Majul
La Nación
Lanata se intentó suicidar por lo menos dos veces. La enfermedad de su madre, la sensación de alta traición que experimentó de parte de sus compañeros de Página 12 y el primer despido abrupto que tuvo de la tele fueron algunos de los motivos que lo llevaron a pensar en tomar aquella decisión desesperada. Lanata no sólo fue el director creativo y transgresor de Página 12. También mantuvo reuniones clandestinas con el primer gran sponsor del diario, Enrique Gorriarán Merlo, cuando el guerrillero estaba prófugo de la justicia.
Lanata tomó una cantidad desmesurada de cocaína diaria entre los 30 y los 40 años, y tuvo que ir a un centro de desintoxicación en los Estados Unidos para poder seguir adelante con su vida. Lanata tuvo decenas de chicas y llegó a competir con su entonces amigo del alma, el músico Fito Páez, para saber cuál de los dos había sido más afectivo en la conquista de las mismas mujeres. Lanata es un gastador compulsivo y la mayoría de las veces dilapida mucho más de lo que gana, que no es poco.
Lanata se puede morir en cualquier momento, de acuerdo con lo que me dijo su médico de confianza, con la historia clínica en la mano. Los detalles secretos de su quiebra personal, la debacle de Veintitrés, el cierre de Crítica, sus estruendosas peleas con otros colegas y sus reuniones privadas con Héctor Magnetto antes y después de ingresar en Clarín parecen escenas de la película El c iudadano, de Orson Welles, o pasajes de la biografía de Keith Richards. Hay un Lanata antes y después de su incorporación al Grupo. Hay un Lanata público y otro privado, que no tiene nada que ver con el que aparece en la televisión.
Por todas esas razones y muchas más, decidí escribir Lanata (Secretos, virtudes y pecados del periodista más amado y más odiado de la Argentina), aunque le había prometido a mi familia que tardaría, por lo menos, tres años en publicar otro después de Él y Ell a (Planeta, junio de 2011), el texto que el gobierno de Cristina Fernández pretendió silenciar.
Por cuestiones de pura coincidencia, Lanata va a estar en todas las librerías el próximo viernes 7 de diciembre y será el primer libro de Margen Izquierdo, la editorial de la que soy responsable.
Alrededor de su salida se ha creado una expectativa desusada. Mis nuevos colegas de la industria editorial lo definieron, con suma generosidad, «el lanzamiento del año», aunque se están enterando de parte de su contenido recién ahora, porque me habían recomendado que no dijera una palabra antes de que lo tuviera finiquitado. Un fiscal federal que siempre se mostró preocupado por la aparición de copias truchas de libros me ofreció montar un operativo de prevención para evitar la comercialización de biografías adulteradas que pudieran aparecer a partir de su publicación.
Mi amigo y consejero Jorge Fernández Díaz, secretario de Redacción de La Nación y autor de Mamá y La Logia de Cádiz, entre otros enormes libros, fue el único que leyó los tres primeros capítulos, mucho antes de que lo tuvieran en sus manos editores, abogados y correctores que ejercieron un riguroso control de calidad.
Por su culpa, Lanata no tiene prólogo y la dedicatoria y los agradecimientos aparecen no al principio, sino al final. Es decir: el libro comienza con los detalles de la primera escena del primer capítulo titulado «Suicidio», para que el lector no se distraiga en cuestiones menores y se interne de inmediato en la apasionante vida del periodista más polémico y controvertido de nuestra generación.
«Suicidio», «Mamá», «Cocaína», «Página/1», «Página/2», «Rock», «Dinero/1», «Dinero/2», «Muerte», «Quiebra», «Decepción», «Privado» y «Revancha» son algunos de los dieciocho capítulos que contiene Lanata , incluido un reportaje final, en el que el periodista habla sobre la Presidenta, Magnetto, los detalles de su vida, sus vicios, y anticipa una respuesta que tendrá un alto impacto en el mundo de la política: Lanata reconoció que aceptaría una candidatura a presidente en condiciones extraordinarias: por ejemplo, si la Argentina estuviera en peligro de ingresar en una crisis parecida a la de diciembre del año 2001.
Lanata , la biografía, nació mucho antes del regreso del periodista a la tele después de casi nueve años sin pantalla. «Qué culo que tenés, boludo -me dijo Lanata, la última vez que nos vimos-. Hasta hace un rato me daban por muerto. Ahora digo cualquier pelotudez y aparezco con cuatro mil clics en LA NACION.»
Juro que ninguno de los dos lo sabíamos de antemano.
La idea original era que Lanata escribiera su autobiografía y que ésta se transformara en el primer libro de Margen Izquierdo. Él estaba sumergido en sus sesiones de diálisis. Le propuse que las aprovechara para recorrer su vida personal y profesional. Me citó en su casa una semana después y me dio vuelta la propuesta. Me sugirió que para escribir su biografía había pocos periodistas que lo conocieran tanto y lo pudieran hacer mejor que yo. Le dije de inmediato que no porque entonces ya no sería una autobiografía, sino una biografía no autorizada, y que por eso mismo nos íbamos a terminar peleando una vez que saliera publicada. Me preguntó entonces qué asuntos tan graves podían contener su vida como para que una vez publicados nos tuviésemos que pelear.
Le cité, de memoria, las versiones del porqué de su separación con Silvina Chediek; la verdadera historia del nacimiento y financiamiento de Página 12; su experiencia con las drogas; los detalles de la compra de Página por parte de accionistas de Clarín; el tendal que había dejado en Veintitrés, Data 54 y el cierre de Crítica; las preguntas que nos hacemos sus colegas sobre su relación con el dinero, y la crítica de quienes lo corren por izquierda y sostienen que perdió toda credibilidad.
Por alguna razón que todavía no termino de comprender, a partir de ese momento, Lanata me recibió quince veces y conversamos, en total, durante veinticuatro horas. Además, soportó la confrontación de datos no sólo con sus familiares y conocidos, también con sus enemigos y con quienes no lo quieren.
Cuando me preguntan si se trata de un libro a favor o en contra de Lanata, siempre digo lo mismo. A lo largo de sus casi quinientas páginas, los que lo odian encontrarán abundante material para confirmar sus sentimientos. Y quienes lo aman se agarrarán de otros datos para justificar su enamoramiento. Ahora que volví a recuperar el aliento, puedo decir que fue una de las experiencias profesionales más intensas de mi vida.
«Me parece que te estás tomando este laburo en serio», me dijo Lanata, el día en que le confirmé que había tenido dos hermanos mellizos que habían nacido siete años antes que él y habían muerto siete días después. Él no lo sabía. «No sabés cuánto me alegro», le dije, cuando Lanata me confirmó que su mujer, Sara Stewart Brown, lo había terminado de convencer de desprenderse de tres o cuatro armas de fuego que todavía guardaba entre sus cosas más personales. En cinco días más, quienes tengan oportunidad de leer el libro comprenderán mejor de qué les estoy hablando.