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sábado, diciembre 14, 2024
Qué hacer para evitar la crisis

Qué hacer para evitar la crisis

Por: Aldo Abram http://www.ambito.com/

Cada vez se generaliza más la percepción de que la economía argentina se encuentra en un rumbo de colisión. Por eso, es útil proponer qué debe hacerse en este contexto para evitar estrellarnos y naufragar.

Lo primero, un buen diagnóstico. Como casi todos los anteriores, este Gobierno hizo crecer fuertemente el gasto público. Arribamos a los comicios presidenciales de 2011 y, para ganarlos, se intentó que el tipo de cambio no creciera al ritmo al que depreciaban el peso para cobrarnos el impuesto inflacionario que necesitaban para gasto electoral. Conclusión, perdieron más de u$s 6.000 millones de reservas. En vez de corregir el rumbo, después de una contundente victoria electoral, priorizaron seguir diluyendo la solvencia del Banco Central con una reforma de su carta orgánica para habilitar mayor financiación de más aumento excesivo de erogaciones. Para evitar la disparada del dólar que esto hubiera generado, pusieron el cepo. Es evidente que en los últimos meses el Gobierno ha venido reaccionando como pudo para moderar la caída del stock de divisas del Central. El problema es que es necesario que los exportadores, los importadores y otros demandantes de divisas de ese mercado le crean al Gobierno que el actual tipo de cambio oficial es un valor de equilibrio y que, a futuro, subirá moderadamente. La continuidad de la caída de reservas indica que no le creyeron ambas o alguna de esas premisas.

Con el diagnóstico correcto, podemos dar con el remedio adecuado. El objetivo debe ser volver a un mercado único y libre de cambios. Para eso, deberíamos recuperar el tipo de cambio oficial hasta que refleje el verdadero valor del peso. Eso implicaría un alza de cerca del 50%, que esta gestión sólo admitirá ante la misma crisis. Habrá que recetar algo más gradual, desdoblar el tipo de cambio, luego de un salto que permita una parte importante de lo que ya devaluaron el peso para cobrar el impuesto inflacionario y gastárselo. El comercio exterior quedaría en el oficial o «comercial» (excepto, quizá, algunos bienes de lujo importados) y todas las demás operaciones se harían libremente en lo que es hoy el paralelo, que pasaría a ser formalizado. En un plazo razonable, ambos deberían converger, para lo que todavía falta curar la verdadera enfermedad: el excesivo crecimiento del gasto público.

No vamos a pedir siquiera que congelen el gasto primario, sólo que se suba a una tasa más cercana al 20% (que igual es mucho) y no de más del 30%, como sucede actualmente. La devaluación mejora ostensiblemente los ingresos públicos, pero será necesario licuar una parte de las erogaciones y reducir al mínimo posible la inversión pública.

Sin embargo, el mayor esfuerzo lo deben hacer los que más tienen, y más del 70% de los subsidios a las tarifas públicas van a quienes pueden pagarlas. Por lo tanto, hay que ayudar a los más necesitados; pero subir lo que efectivamente pagamos de las tarifas gradual, pero rápidamente.

Si logramos contener la necesidad de financiamiento total del Banco Central a un monto en pesos (incluidas las divisas y ganancias transferidas) de $ 100.000 millones o menos, podemos lograr que la inflación y el alza del dólar financiero se moderen, permitiéndole al «comercial» que lo alcance con un mayor ritmo de suba. Esto tendrá otra consecuencia coyuntural que generará picazón a algunos funcionarios, un alza de las tasas de interés.

Hasta acá, ordenamos la parte fiscal y monetaria para, con suerte, evitar la crisis. Sin embargo, otras materias pendientes ayudarían a disminuir el costo social. Por ejemplo recuperar la seguridad jurídica, reinsertarse en el mundo, reducir la presión tributaria, desarmar la maraña de controles que dificultan la producción y la generación de empleo en el sector privado. Todo esto lo debe hacer un Gobierno que pierde poder en el presente proceso de transición política y que, con su actual gestión, diluye rápidamente su credibilidad. Así que no queda mucho tiempo, ya que, sin credibilidad, no hay solución posible, por buena que sea. Ojalá que escuchen y pronto.

(*) Director de «Libertad y Progreso»

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