La Efímera Gloria de los Presidentes: Un Viaje Sin Retorno
La historia está repleta de líderes que, tras alcanzar la cumbre, se ven abrumados por el desengaño. Un recordatorio de que la gloria en la política es tan fugaz como peligrosa.
Todos los presidentes, sin excepción, viven momentos de esplendor. A veces, estos son efímeros; en otras ocasiones, se prolongan más de lo esperado. Sin embargo, hay una verdad universal: el brillo de la gloria se desvanece.
De Triunfadores a Caídos
Un ejemplo icónico es el de Winston Churchill. Este destacado primer ministro británico, aclamado como héroe tras la victoria sobre Hitler, olvidó que su éxito no lo salvaría de ser derrotado en las elecciones apenas un tiempo después. Un contraste significativo entre el apogeo y la caída.
La historia está repleta de figuras transformadas por el tiempo. Richard Nixon, tras una reelección aplastante y la estabilidad económica, tuvo que renunciar en medio del escándalo del Watergate, cayendo del pedestal de estadista a un mero símbolo de corrupción en solo dos años. En Perú, Alberto Fujimori, quien fue celebrado por erradicar la inflación y la violencia, acabó condenado por crímenes de lesa humanidad. Por su parte, Nicolás Sarkozy, llegado al poder con un respaldo sin precedentes, terminó en prisión tras un escándalo de corrupción, una caída que refleja la volatilidad del apoyo público.
El Auge y la Caída del Poder
Aunque la gloria puede parecer un logro alcanzable, la realidad es que la baja expectativa es un destino común. Carlos Menem, ex presidente argentino, aconsejaba no contemplar el futuro una vez dejado el poder, para evitar el desencanto. Este “después” se convierte en un eco de las frustraciones, donde las expectativas superan la realidad.
Argentina no es una excepción; incluso los regímenes más autoritarios registran cambios en la percepción pública. Aquellos que inicialmente alababan a los líderes autoritarios son los mismos que, tras el tiempo, apoyan sus condenas por crímenes cometidos. Noticias ha documentado estos ciclos que rodean a los gobernantes, alertando sobre los peligros de un apoyo ciego que provoca lo que se ha denominado “oficialitis”.
La Imprudencia de los Estereotipos
Desde Kirchner hasta Milei, hemos visto cómo cada uno fue visto en algún momento como el líder perfecto, el ‘Superhombre’ capaz de enfrentar adversidades. Sin embargo, este ideal es falaz. Quien era aclamado por un 80% de aprobación, como es el caso de Alberto Fernández, ha visto su imagen transformarse por el consenso que lo califica como uno de los peores gobiernos en la historia reciente.
La Revolución de las Expectativas
El final de este año trae consigo una atmósfera festiva en donde el actual presidente, Javier Milei, es percibido como un salvador, capaz de enfrentar la inflación. Sin embargo, hace apenas dos meses, enfrentaba múltiples escándalos, circunstancias que han generado un cambio radical en su imagen.
Estos giros en la opinión pública revelan cómo la lealtad a un líder a menudo depende de la corriente del momento. Empresarios que sufren por políticas económicas erráticas permanecen inamovibles en su apoyo, mientras que la oposición elige no reaccionar en exceso. Por su parte, los poderes judiciales son astutos al adaptar su actuar según la popularidad del gobernante en el momento.
Un Doble Riesgo
Esta dinámica de alineación con el poder tiene sus consecuencias. Aquellos que eligen sumarse al entusiasmo popular podrán enfrentar el repudio una vez que la situación cambie, convirtiéndose en chivos expiatorios de desilusiones ajenas. Al mismo tiempo, adoptando una postura crítica constante, los periodistas corren el riesgo de ser percibidos como opuestos a la esperanza colectiva que el pueblo deposita en su líder.
Es vital ser críticos sin caer en la trampa de idealizar a quienes dirigen el país. La política no necesita superhombres; necesita líderes que reconozcan el peso de sus aciertos y errores.
