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viernes, abril 26, 2024
Un brasileño traficó hacia la Argentina ciudadanos indios para esclavizarlos

Un brasileño traficó hacia la Argentina ciudadanos indios para esclavizarlos

Un brasileño traficó hacia la Argentina ciudadanos indios para esclavizarlos

Por Andrés Klipphan Extraído de Infobae Luiz Carlos Severo Bueno tiene 57 años, nació en la ciudad de Uruguayana, en Brasil. No fuma, no toma bebidas alcohólicas. Tampoco hace deportes, ni vive de su profesión, contador público. Aunque tiene montada una oficina de asesoría técnica rural en Río Grande do Sul. Esa pequeña firma, y el hotel «Rolín», propiedad de su hijo, Luis Enrique, le sirven de pantalla para las operaciones que le encargan desde el consorcio internacional que opera en todo el mundo y sobre el cual sabe poco y nada. Y es mejor así. Son las ocho de la noche del 1 de julio de 2016. El hombre de ojos verdes, camisa clara y campera azul está parado frente a la boletería de la empresa Flecha Bus, ubicada en la estación terminal de ómnibus de la ciudad correntina de Paso de los Libes. Hace lo que los investigadores creen que le ordenaron. Sacar tres pasajes con destino a Retiro, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dos semanas después, el joven que expendió los boletos declarara como testigo en la causa que se le abrió a Severo Bueno por los delitos de «tráfico ilegal de inmigrantes, agravado por las condiciones de aprovechamiento de inexperiencia y abuso de necesidad, y de transporte con fines de explotación que tienen como víctima a tres ciudadanos indios». Dirá que la voz cantante la llevaba Severo Bueno. Que este hablaba un perfecto castellano; qué fue él quien presentó los pasaportes de los tres indios que lo acompañaban cuando este le pidió la documentación antes de expender los tiques. El brasileño actuaba con absoluta tranquilidad, ya sea porque había realizado otras veces aquella maniobra, y nunca lo habían descubierto, o porque estaba convencido que los tentáculos de sus contactos internacionales tenían todo «arreglado» y bien aceitado. De hecho, hasta ese momento, todo había salido a pedir de boca. Ni él, ni los indios, quedaron registrados en la Dirección Nacional de Migraciones de la República Argentina. Es decir, que ingresaron de manera ilegal al país. Severo Bueno no lo sabía, o no le importaba, pero sus movimientos quedaron grabados por las cámaras de seguridad de la terminal. También en las del bar, lugar a donde llevó a sus tres pasajeros. Los sentó alrededor de una mesa, pagó de su bolsillo los 50 pesos que le cobraron por una botella grande Coca Cola. Y en las cámaras del peaje. El mozo que los atendió también sería interrogado por la fiscalía. Los extranjeros se comunicaban por señas con el brasileño. No tomaron ni un sorbo de la bebida, y permanecieron en el local unos 30 minutos. Fue el tiempo que demoró el hombre de campera azul para regresar con los equipajes de quienes serían sus víctimas. Eran tres bolsos pequeños donde apenas entraba una muda de ropa y un abrigo. El camarero confió que los tres migrantes parecían turistas, y que mientras aguardaban al «taxista», uno de ellos, en perfecto inglés, le pidió una tijera para «para cortar un chip de la empresa Claro e insertarlo en un teléfono celular». Ya con los bolsos en las manos, todos se levantaron y abordaron el micro. Las cámaras registraron el momento. Los tres indios subieron al micro de doble piso. Severo Bueno, en cambio, se quedó dentro de su auto observado la escena. Recién se marchó cuando corroboró que los indios no bajaron. Recién ahí puso en marcha su Renault, modelo Sandero GT Line, dominio extranjero IVZ-1960 y deshizo el camino. Los tres inmigrantes, que desconocían haber ingresado de manera ilícita al país, tenían entre 19 y 22 años, y una triste y larga historia para contar. Su estado de vulnerabilidad los llevó a que esa destemplada noche correntina terminara no en las rutas argentinas que los llevaría supuestamente a un restaurante de Capital Federal a trabajar como mano barata y esclava -aunque esto no lo sabían porque habían sido engañados- sino demorados y puestos a disposición de la Justicia, por parte de personal de Gendarmería Nacional que integraban el Grupo de Seguridad Vial Bonpland. Eran aproximadamente las

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