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viernes, octubre 11, 2024
La intimidad del asesinato de Kennedy

La intimidad del asesinato de Kennedy

En su casa de Townsend al 3800, en un tranquilo barrio residencial del noroeste de Dallas, Hugh Aynesworth está a 18 kilómetros y 50 años de distancia del hito que cambió el curso de la historia y también el de su vida. «Estuve en los lugares correctos en los momentos justos», resume el veterano periodista de 82. El viernes 22 de noviembre de 1963, el entonces redactor de ciencia y temas espaciales del Dallas Morning News –el diario de mayor circulación de Texas- era uno de los pocos miembros de la redacción que no había sido asignado a cubrir la visita de John Fitzgerald Kennedy a Dallas. Sentía que estaba siendo desperdiciado. Sin embargo, decidió presenciar el desfile porque le simpatizaba JFK y porque «no todos los días un presidente venía a la ciudad», tal como recordó en su libro Witness to History (Brown Books, 2013 ). Aynesworth, entonces de 32 años, se retiró del diario poco antes del mediodía y caminó unas tres cuadras hasta Market y Main, uno de los sitios por donde iba a pasar la caravana. Pero al haber tanta gente amontonada, se desplazó dos cuadras más hasta la esquina sudeste de la Plaza Dealey y luego se unió a unos abogados amigos que divisó en el cruce de Elm y Houston, frente a la cárcel local -contigua al luego tristemente célebre Depósito de Libros Escolares de Texas-. Había salido el sol y, pese a los temores previos de una atmósfera hostil al mandatario, más de mil personas saludaban jubilosos el paso del Lincoln Continental azul que también transportaba a la Primera Dama, Jackie; al gobernador de Texas, John Connally; y a su esposa Nellie. «No puede decir que Dallas no lo quiere», le dijo Nellie a Kennedy. «No, desde luego», le respondió él con una sonrisa. El auto hizo un giro de 120 grados, a unos tres metros del sitio donde estaba Aynesworth, y enfiló por Elm rumbo al centro Trade Mart, donde lo esperaba un banquete de campaña. Eran las 12.30. Entonces, recuerda el periodista, escuchó el primer ¡pop!, que primero atribuyó a la explosión del motor de una moto policial de la comitiva. Luego siguieron otros dos sonidos similares en el lapso de seis segundos. Y el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos cayó desplomado sobre Jackie, ante los ojos atónitos del reportero.

Ese episodio, solo, hubiera alcanzado para marcar su carrera. Pero Aynesworth no sólo presenció el magnicidio más impactante del siglo XX, sino que, en las siguientes 48 horas, también cubrió y fue testigo privilegiado de los hechos más relevantes que le siguieron: la detención del asesino, Lee Harvey Oswald, en el cine Texas; y su posterior asesinato a manos de Jack Ruby, dueño de un local nocturno de Dallas, el domingo 24. «Fue un poco de instinto periodístico… y mucho de suerte», asegura a Newsweek Argentina el cuatro veces finalista del Premio Pulitzer, ex corresponsal de Newsweek y The Washington Times y periodista del programa 20/20 de ABC. Durante una entrevista exclusiva en la que repasa detalles del caso, que nunca dejó de investigar, Aynesworth explica por qué sigue creyendo que Oswald y Ruby fueron asesinos solitarios, recuerda las teorías conspirativas más extrañas, critica la interpretación fílmica de Oliver Stone y reflexiona sobre el legado de JFK.

¿Cuántas veces le pidieron que contara lo que vio ese fin de semana frenético?

¡Uff! ¡Incontables veces! Hubo una pequeña parte de instinto, pero tuve sobre todo mucha suerte. Yo había arreglado una entrevista con un científico para las tres de la tarde, pero decidí ir caminando y antes ver pasar la caravana de Kennedy. Así vi lo que vi. Unos 50 minutos después de los disparos, escuché de casualidad en el radio de un patrullero que un policía [J. D. Tippit] había sido baleado a pocos kilómetros, en Oak Cliff. Sospeché que podía haber una conexión con el atentado, salí volando al lugar y pude estar en el cine donde Oswald fue arrestado, a la 1.50 de la tarde.

«¡Denuncio esta brutalidad policial!», recuerda Aynesworth que gritaba Oswald. En el cine estaban proyectando la película War is Hell, «La guerra es un infierno», protagonizada por Baynes Barron. «Todo ese fin de semana estuve investigando el caso y los antecedentes de Oswald. Y como se retrasó su traslado desde el cuartel de policía hasta la cárcel, también pude estar presente el domingo 24 a las 11.21, cuando Jack Ruby le disparó mezclado entre los reporteros», agrega Aynesworth.

La Comisión Warren, creada para investigar oficialmente el caso, dictaminó en 1964 que Oswald había sido el único en disparar a Kennedy, tres tiros desde el sexto piso del edificio del Depósito de Libros Escolares de Texas, donde trabajaba desde hacía cinco meses. Que Ruby también actuó solo. Y no halló evidencias de que alguno de ellos fuera «parte de cualquier conspiración, doméstica o extranjera, para asesinar al Presidente Kennedy». Las conclusiones nunca pudieron ser rebatidas, aunque entre el 60 y el 75 por ciento de estadounidenses sigue creyendo que JFK fue asesinado por la acción de más de una persona. Una película de NatGeo que se estrena este 9 de noviembre se titula, por caso, ¿Quién mató a Kennedy? En opinión de Aynesworth, «nadie quiere creer que dos Don Nadie, como Oswald y Ruby, pudieron cambiar el curso de la historia. Pero lo hicieron».

¿Cuánto contribuyeron las autoridades a fomentar esta desconfianza?

Todos los funcionarios cometieron errores. Le voy a dar algunos ejemplos. Cuando encontraron el arma de Oswald en el sexto piso del depósito de libros, el asistente del fiscal de distrito anunció que se parecía a un Mauser, cuando en realidad se trataba de un rifle Mannlicher-Carcano. Otro error: en una conferencia de prensa, preguntaron al fiscal del distrito Henry Dave: «¿Cómo hizo Oswald para ir desde el depósito hasta el vecindario de Dallas (Oak Cliff) donde mató al policía Tippit?». Y Dave respondió que «se tomó un taxi» conducido por un tal Darryl Click… cuando nunca había habido ningún taxista en Texas con ese nombre. Después le pregunté por qué había dicho eso y respondió: «No sé, me salió así». El mismísimo director del FBI, John Edgard Hoover, dijo en una conversación telefónica a Lyndon B. Johnson [quien acababa de jurar como presidente en reemplazo de Kennedy] que una tarjeta de identificación a nombre de Alek Hidell, hallada en la billetera de Oswald, pertenecía a una mujer, cuando en verdad era el alias del asesino. A la gente le encantan las conspiraciones, a todos nos gustan. Y cuando hasta el fiscal de distrito o el FBI parecen mentir, ¡con más razón! Así empezó todo.

Usted, sin embargo, no duda de la culpabilidad de Oswald.

Debo haber cubierto unos 60 juicios por asesinato. Y estimo que en el 90 por ciento de ellos había menos evidencia sobre la autoría. En este caso, sabemos que Oswald trajo el rifle, cuándo y hasta cómo lo envolvió. También que trabajaba en el edificio. Que lo vieron en el lugar. Y que era el único que faltaba cuando se hizo el recuento a la tarde de los empleados del depósito.

¿Pero por qué lo hizo?

La motivación es difícil de identificar. No sabemos con certeza, pero conocí mucho a la madre de Oswald (Marguerite), a su hermano Robert y a su viuda, Marina, y poniendo las piezas juntas podemos juzgar su vida. Él quería ser alguien. Fíjese en la sociedad actual: la gente es capaz de hacer cualquier cosa por aparecer en la tapa de una revista, o estar en la televisión. Él quería ser alguien. Con Jack Ruby ocurrió exactamente lo mismo.

Ruby, nacido Rubinstein, representa el segundo oscuro eslabón del atentado. Uno de los ocho hijos de un matrimonio de inmigrantes eslavos, criado en Chicago durante la «década sangrienta» de los años ‘20, Ruby era propietario de un decadente local de strip-tease en la calle Commerce de Dallas. La revista Life señaló por esos días que «se vestía como los pistoleros de la época: corbatas blancas sobre camisas del mismo color, sombreros gris perla, anillos con gruesos diamantes en el meñique». Pero los grandes gángsters ni siquiera notaban su presencia y era, en todo caso, un traficante de poca monta. «Ruby era la quintaesencia del hombre de ninguna parte», describe Aynesworth en su libro. «Lleno de grandes historias, mayores sueños y arrogancia, buscaba tener clase tal como entendía ese concepto». Siempre fue inestable emocionalmente, pero la cárcel terminó por desquiciarlo. Murió de cáncer en 1967, mientras esperaba su segundo juicio por asesinato.

Usted conocía a Ruby.

Lo conocía bien desde hacía tres años, antes de que saltara a la fama. No me gustaba. Era fanfarrón y bravucón, un «groupie» de la policía y la prensa, que siempre quería estar en medio de la escena de un raid, de un naufragio o de un gran incendio para decir a los periodistas lo que había visto o lo que sabía de tal o cual caso.

¿Él pensaba que matando a Oswald sería reivindicado como un héroe?

Por supuesto. Pero no creo que lo haya planeado. Le voy a explicar por qué. El traslado de Oswald a la cárcel se había anunciado para las 10.00 de la mañana del domingo. Ruby, que vivía a unos ocho kilómetros, se despertó a las 8.00 por el llamado de una stripper de su local, que necesitaba 25 dólares para pagar el alquiler. Él le dijo que le mandaría dinero. Tomó el desayuno tranquilo, luego lavó su ropa y recién después salió manejando hacia las oficinas de Western Union, que están a una cuadra del cuartel de policía donde Oswald estaba arrestado. Despachó el dinero, salió de ahí, vio toda la actividad que había en la otra esquina… y decidió ir para allá. A los pocos minutos, tuvo a Oswald a un paso de distancia y le disparó.

¿Pero cómo pudo entrar a un lugar, el estacionamiento subterráneo del cuartel, que estaba reservado a policías y reporteros?

Aprovechó la confusión, Quizás tenía una chance en un millón, y lo logró de alguna forma. [La Comisión Warren criticó los estándares de seguridad para controlar el acceso]. Y que portara un arma no era sorprendente. En esa época, la legislación en Texas permitía que los hombres de negocios que llevaran dinero encima tuvieran un arma. Es terrible, pero era la ley.

Ese 22 de noviembre, Aynesworth tuvo una jornada vertiginosa. Cubrió y reporteó para el Dallas Morning News los asesinatos de JFK y el policía Tippit, así como el arresto de Oswald y sus antecedentes, incluyendo el testimonio de la mujer que le alquilaba un cuarto en Dallas por US$ 8 a la semana. Volvió tres veces a la redacción y al menos tres notas e informes de la edición histórica del día 23, que hace un par de meses se reimprimió completa como souvenir conmemorativo en Dallas, llevan su firma. A las diez de la noche, entonces, emprendió agotado el regreso a su casa… sólo para constatar que lo esperaba allí un ingeniero pequeño y desaliñado, llamado Rodney Stalls, quien le dijo que sabía quiénes habían planeado el atentado: «Fueron los rusos y [el magnate petrolero] H. L. Hunt», señaló. «Estuve recibiendo mensajes desde hace algunas semanas».

La «denuncia» de Stalls fue, recuerda Aynesworth, la primera de una larga lista de cientos de teorías conspirativas que habría de oír en los días, años y décadas que siguieron. Al menos cinco personas le «confesaron» que habían matado a Kennedy o formado parte del complot. Y entre los acusados o sospechosos más mentados por instigar el atentado han figurado los rusos, los cubanos, la mafia, grupos derechistas o anticastristas, el FBI y el complejo industrial militar, que, en teoría, temía quedar seriamente afectado por los planes de Kennedy de retirar tropas de Vietnam. Lyndon B. Johnson (LBJ), el tejano vicepresidente que sucedió a JFK, también habría tenido -según los conspiranoicos- buenos motivos para eliminar al Presidente. A comienzos de año, el consultor republicano Roger Stone publicó un libro (The Man Who Killed Kennedy: The Case Against LBJ) en el que sostiene que Johnson creía que JFK no lo elegiría como compañero de fórmula en los comicios de 1964, y que, además, la revista Life iba a publicar una trama de corrupción en la que él estaba involucrado. «Era un hombre desesperado que veía cerca el fin de su carrera política», dice Stone.

Pero como Aynesworth asegura en su libro: «Nunca disputé la posibilidad de una conspiración detrás del asesinato de JFK. No dudo que sería una historia que me encantaría dar como primicia. Sin embargo, la prueba de un complot sigue siendo elusiva. No hay ninguna evidencia que indique otra cosa [que la autoría aislada de Oswald]». El periodista también suele repetir que la conspiración ha sido el único negocio lucrativo en la industria editorial que rodea el caso.

¿Cuál fue la teoría conspirativa más loca que escuchó?

Hubo muchísimas. Un fiscal de distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison, acusó al empresario local Clay Shaw de estar implicado (ver recuadro). Resulta que una mujer llamó desde una cárcel mexicana y le dijo que había visto y oído a Lyndon B. Johnson dando dinero a Clay Shaw y Oswald en un hotel de Cancún [para pagar el asesinato]. Hice una averiguación y el supuesto hotel había sido construido cinco años después del atentado. Otro famoso teórico de la conspiración, Jim Marrs, señaló que JFK fue matado ¡porque iba a contar a EE. UU. que los extraterrestres habían visitado el país! [risas].

El asesinato de Kennedy cambió la historia. Y su vida. ¿Pero cómo cambió la ciudad de Dallas después del atentado?

Dallas cambió tremendamente. Era una ciudad con mucha gente archiconservadora que odiaba a Kennedy. El único tejano republicano en el Congreso era de Dallas, Bruce Alger, quien fue derrotado al año siguiente por el alcalde Earl Cabell. Todas las organizaciones derechistas, que solían ser muy vociferantes y vibrantes, dejaron de ser escuchadas después del atentado… La ciudad recibió un verdadero «mazazo», más allá de que la condena era algo inmerecido, porque recuerde que Oswald pasó más tiempo en Nueva Orleans, en Fort Worth y en Rusia que en Dallas.

¿Cree que JFK fue un buen presidente?

Cometió algunos errores, como el episodio de Bahía de Cochinos al inicio de su mandato. Había prometido apoyo (para la invasión a Cuba) y después se retractó. El episodio le dejó heridas. Pero la manera en que manejó luego la llamada Crisis de los Misiles y la relación con Jruschev, en 1962, fue encomiable. En ese momento temíamos que se desencadenara un ataque nuclear en cualquier momento. Tenía una línea de asesores más conciliatorios y otros que defendían una línea dura, y él ignoró la línea dura. Fueron 30 días realmente tensos.

Por estos días se habla mucho del legado de Kennedy. ¿Cuál es su opinión?

Es difícil de decir. Pero Kennedy dio a la nación cierto espíritu. Estábamos acostumbrados a presidentes de edad y él y su familia, tan jóvenes, nos trajeron cierto sentido de excitación.

Todo eso se perdió, o en algún modo creció y se eternizó, aquel 22 de noviembre de 1963. Fue hace 50 años. Ante los ojos de Aynesworth.

Fuente : http://www.infonews.com/2013/11/13/mundo-108762-la-intimidad-del-asesinato-de-kennedy.php

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