Explica que hay más mujeres solas que hombres y que el mercado sexual repartió en forma inequitativa la oportunidad de construir una pareja
Y ellas lo viven como un drama ontológico.
Al infinito, si uno tirara una moneda al aire, la mitad serían caras y la otra mitad sería cecas al llegar al suelo. Esto no inhibe el hecho que en una sucesión más pequeña, digamos en diez veces, salgan más caras que cecas o viceversa. A muchos como a mí, les importa poco qué pasa con esa moneda. ¿Pero qué ocurriría si en todo el mundo empezaran a nacer sólo varones o sólo mujeres? En cien años se acabaría la descendencia natural y, si los bebés de probeta no se sofisticaran hasta el grado de no necesitar a uno de los componentes de la pareja, toda vida humana. Pero hay otros dramas menores, que tampoco cuentan otros datos estadísticos aunque siempre es mejor conocer de números. Aquí van. En la Argentina hay poco más de 40 millones de personas, y 825.000 mujeres más que hombres. Esta mayoría femenina empezó a darse, sin razón alguna como antes se daba la mayoría masculina, a partir de 1973. Y la presencia mujeril, como diría la Susanita de Quino, se nota con mayor vigor a partir de los 35 años. Como al pasar, también mueren más hombres que mujeres.
Sin embargo ni este preámbulo ni estas cifras, ni aún una preponderancia mayor de homosexuales alcanzarían para explicar una frase que repiten las mujeres: «Ya no hay hombres».
Pero, claro, habría que ver qué dicen las mujeres cuando dicen lo que dicen.
Eduardo Müller es psicoanalista desde hace más de treinta años y tiene una manera académica de plantear el problema como grave y apoyarse en estudios sociológicos para demostrar que hay más mujeres solas que hombres solos. «El mercado sexual, una manera un poco brutal de llamarlo, ha repartido inequitativamente la oportunidad de construir pareja». Y da sus razones: «Para el hombre no está mal visto que el mercado de mujeres a conquistar pueda conformarse con aquellas que tengan la mitad de su edad hasta las que sean mayores que él. Mientras que a una mujer se le restringe el mercado, porque está mal visto que salga con hombres menores que ella».
¿Cómo vive la mujer la soledad?
Hay una cuestión prejuiciosa y fuerte: la de ser sola. «Soy sola», como si fuera una especie de catástrofe personal. Como si en su vida hubiera ocurrido un drama de abandono y de soledad.
¿Y a los hombres no les pasa lo mismo?
Los hombres consideran que están solos, no que son solos. Cuando transcurre el tiempo y no consiguen pareja, muchas mujeres parecen haber adquirido una especie de enfermedad, de condición ontológica: la de ser solas.
¿Por qué cree que una mujer dice «soy sola» y un hombre «estoy solo»?
Porque creo que para la identidad de la mujer, por cómo fueron criadas, algo le falta a una mujer si no tiene un hombre. En cambio, los hombres no necesitan una mujer para ser hombres.
Está diciendo que una mujer, para serlo, necesita un hombre. ¿No le parece demasiado machista?
La cultura, la forma en que fueron educadas, lo son.
¿Cómo ensayaría desde el punto de vista psicoanalítico la refutación de esa frase «ya no hay hombres»?
Lo que digo es que se usa una catástrofe poblacional para ocultar un drama personal. Decir que ya no hay hombres es como si hubieran desaparecido al igual que los dinosaurios.
¿Qué hay detrás de esa frase entonces?
El «ya no hay hombres» está tapando «ya no hay hombres para mí». Ese «para mí» es lo que la vuelve dramática.
Si fuera así ¿por qué las mujeres lo ocultarían?
Para evitar una angustia muy fuerte. Para no sentirse culpables de esa carencia, como si ellas hubieran hecho algo mal.
¿Y los hombres no dicen «ya no hay mujeres»?
No. Podrán decir ya no hay mujeres como alguna otra, como mi mamá, por ejemplo.
Si el hombre es lo que le falta a una mujer…
Es el nombre de lo que le falta. Muchas veces, todo lo que le falta a una mujer termina concentrado en esa palabra, hombre. Aunque le falten muchas cosas más. Y cuando aparece algún hombre, la mujer que sigue conservando las carencias antiguas le echa la culpa al hombre, como si fuera el que no satisfizo esas carencias.
¿Y la mujer no es lo que le falta muchas veces al hombre?
Sí, pero el hombre tiene mejor repartidas las faltas. Aparecen cuestiones como el trabajo, el dinero, el poder, el reconocimiento que tienen que ver con la condición de hombre. No es sólo una mujer la que hace sentir hombre al hombre. También necesita de otros atributos fálicos.
¿Pero ahora hay mujeres que tienen todo eso?
Sí, pero no lo necesitan como mujeres.
¿Qué lo asusta a un hombre de una relación?
El ser requerido, pero no re-querido. Como si fuera un objeto que una mujer precisa para completarse, un tapón al cual se aferra una mujer.
¿Una relación utilitaria?
Diría una relación con finalidad, como una necesidad de dejar de estar sola.
¿Y se puede satisfacer a una mujer?
Freud se volvió famoso con su trabajo ‘¿Qué quiere una mujer?’ Creo que esa pregunta se transformó en un enigma ante el que cada uno se arregla como puede.
Cuando una mujer se da cuenta que, como dice usted, requiere un hombre para completarse ¿cambia su conducta?
Sí. Y puede llegar a cambiar de búsqueda también. Primero porque no solamente un hombre la va a completar sino que nada la va a completar. Aceptar esa incompletud le permitirá transitar mejor una experiencia amorosa, sin pedirle al hombre que salde ninguna deuda, que clausure ninguna falta.
Si tuviera que contar su vida ¿por dónde empezaría?
Por lo que no soy. Me hubiera gustado ser futbolista y escritor. Porque ya se sabe: a la hora de la falta, todos estamos presentes.
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