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sábado, diciembre 14, 2024

Pensar la escuela para la Argentina del tricentenario

Los chicos que hoy están cursando primer grado se jubilarán alrededor del año 2080. Muchos de ellos celebrarán el tricentenario de la Patria en el año 2110. La posibilidad de que lo hagan en una Argentina desarrollada social, cultural y económicamente depende de las acciones que realicemos hoy. Fundamentalmente, de aquellas que llevemos adelante en el seno de la escuela. Hemos concebido durante mucho tiempo a la escuela como un «templo del saber». El desafío actual es que podamos concebirla como un «templo del encuentro»: encuentro con uno mismo y con los demás. Una escuela cercana y partícipe de las dinámicas y transformaciones de la vida cotidiana. Pensar la escuela para la Argentina del Tricentenario implica imaginar las condiciones para ese encuentro. Ante un mundo que cambia permanentemente y de manera vertiginosa, no sabemos cómo será la realidad de las próximas décadas. En este contexto, debemos preguntarnos cómo tiene que ser la escuela que prepare a nuestros chicos de la mejor manera para afrontar ese futuro cargado de incertidumbre y enormes desafíos. Valorando la tradición y el legado de la historia de nuestro sistema educativo, que ha contribuido a sentar las bases de nuestra Nación, debemos comenzar a dar forma a una escuela que permita a los estudiantes desarrollar las habilidades necesarias para ser protagonistas y hacedores de su futuro. ¿Qué debemos tener en cuenta para dar forma a la escuela para el Tricentenario?. En primer lugar, la escuela debe tener una propuesta (organización y currícula) en sintonía con las constantes innovaciones y profundos cambios sociales, culturales, económicos y tecnológicos del mundo del trabajo. Muchos alumnos que hoy inician su trayectoria escolar se desempeñarán en actividades que aun no han sido inventadas. Debemos adecuar los diseños curriculares a la dinámica de un ámbito profesional que excederá ampliamente el marco conocido en la actualidad. Una escuela que permita el pleno desarrollo de las capacidades de cada estudiante y que le brinde las condiciones necesarias para descubrirse a sí mismo y le otorgue las herramientas que le permitirán desempeñarse en la vida. Por otra parte, resulta imperioso reconocer que el rol del docente como líder de los procesos de enseñanza y de aprendizaje resulta clave en la posibilidad de gestar una escuela del siglo XXI, precursora del siglo XXII. En ese sentido, resulta ante todo imprescindible pensar consecuentemente los institutos de formación docente, fortaleciendo la formación continua y en servicio como un eje irrenunciable de la política educativa. Asimismo, es fundamental transformar el valor social que hoy tiene la docencia en nuestro país. La docencia ha ido perdiendo prestigio y atractivo como carrera profesional a los ojos de nuestros jóvenes. No habrá escuela que nos lleve al futuro si no logramos posicionar la vocación docente en el más alto nivel de las aspiraciones profesionales de la sociedad. Poder convocar a los jóvenes a la fascinante aventura de ser maestro y colaborar en el desarrollo de otros con generosidad y esperanza, es una enorme oportunidad que no debemos desaprovechar. Por último, los argentinos necesitamos volver a encontrarnos en torno a la escuela. Debemos sanar la relación «familias-escuela», para recuperar el lugar de los padres y referentes adultos como educadores primarios y aliados estratégicos en la tarea cotidiana de nuestros maestros. Precisamos una escuela abierta a la comunidad, para que ésta pueda hacerla propia y comprometerse con ella en la tarea de fortalecer su misión formativa. Estas son algunas de las cuestiones que podríamos considerar a la hora de pensar la escuela para la Argentina del Tricentenario. En este año del Bicentenario de nuestra Independencia, es lo mejor y más urgente que podemos hacer por nuestra Patria. (*) Secretario de Gestión Educativa de la Nación

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